miércoles, 19 de febrero de 2014

Mi calle

Me gusta caminar mientras llueve. Me gusta el sonido del agua sobre los canales que hay en las baldosas. A veces me detengo y observo cómo esos torrentillos desaguan al océano de la calzada. La capucha de mi anorak gotea y me divierto con el cataclismo que provoca en ellos. Rápidos, remolinos, desvíos... Me gusta caminar mientras llueve. Pero sobre todo cuando es muy tarde, de noche cerrada.

A esas horas me siento propietario de mi calle. No hay nadie alrededor y soy el único testigo de cada una de las cosas que pasan en ella. Del reflejo de una farola en un charco. Del desprenderse de una hoja en los jardines. De la huída hacia las sombras de una cucaracha. A esas horas nadie me interrumpe y puedo pensar sin sentir cómo se anulan mis ideas. Camino de arriba a abajo, de esquina a esquina, dentro de los límites de mi calle.

Pero la noche no dura siempre y la luz del sol hiere mis aceras, deseca mis charcos, eleva la náusea desde los contenedores a reventar. Y las cucarachas salen de sus sombras. Invaden mis dominios. Pasan a mi lado sin mirarme, sin pagar peaje. Ignorándome, golpeándome con sus hombros al cruzarnos, murmurando retazos de sus vidas que atrapo sin querer, y lo odio.

Odio las huellas de sus suelas, los esputos del tabaco, el golpeteo de las puntas del paraguas. Odio su reflejo en el agua, el arco iris del aceite de sus coches, el roce de sus pieles en el cuero. Su pelo, su caspa, sus prisas, su torpeza y sus disculpas. Su indiferencia y su estatus. El fingir de sus sonrisas y el vaho exhalado de sus bocas.

Siento cómo me acorralan, cómo toman posesión de mi parcela, cómo se apoderan del aire que me ahoga. Me contaminan y envenenan. Huyo hacia mis sombras, pero me acosan y me sitian. Cercan mis jardines, espantan mis palomas. Reducen mis esquinas hasta hacerlas coincidir en una nada. Me estiro, abro los brazos y grito sin voz. Las aristas se clavan en mis manos. El cubo de sus calles me aprisiona. Se cierra sobre mí. No queda aire. No queda espacio. No queda luz. La cucaracha asoma sus antenas. Se burla. Palpa mi rostro y saborea.

Mi calle se hace hueca. Se deshace disuelta en mil pedazos. La pierdo en el giro del desagüe. En el cubo de basura. En la pupila de un cadáver. Me abandona. Se despide... Mi calle está vacía. No me inspira. No me duele. Ya no es nada.
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