Soy vieja y fui puta. No sé si utilizar el pasado, o decir soy puta, porque seguramente nací ya así y así moriré: con alma de puta. Después, el cuerpo me acompañó. Sí, no voy a decir que no tuviera nada que ver la jodida vida que me tocó en suerte, pero hubiera podido defenderme limpiando las porquerías de los demás, o atendiendo a una ridícula señora de esas que se creen ricas porque se permiten el lujo de disponer de alguien a su servicio. Pero no me atraía mucho esa vida, y posiblemente hubiese sido puta igual, pero sin cobrar, así que por lo menos le Enlace algún beneficio.
Eso sí, nunca tuve un chulo que viviese a mi costa. Mi cuerpo es mío, yo lo utilizo, yo me quedo con los beneficios, y el que quiera vivir de esto, que se ponga en la esquina a hacer la calle. Mi trabajo me costó, no se crean que no, siempre hay por ahí mucho espabilado que quiere vivir del trabajo ajeno. Y algunas tontas de mi profesión cometen el error de enamorarse de alguno de ellos, y así les va. No se dan cuenta que esos desgraciados no quieren ni a la madre que los parió. Bueno, a esa menos que a nadie porque muchas veces son tan putas como las que ellos explotan. Y ellos, no pueden perdonárselo.
Estoy sentada frente al espejo. Ese de cuerpo entero que me regaló D. Matías para que me mirase bien mientras él me quitaba la ropa. Treinta años tendrá por lo menos. Éste nunca miente, nunca, y mira que a veces yo se lo agradecería, por lo menos que disfrazase un poco la imagen que me devuelve el muy cabrón.
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