Justo al girar la esquina, me la pillé de frente. "¡Vaya, la Isabel! –pensé– ¡Y yo en chándal, con lo negra que se ponía con eso...!" Parece mentira la cantidad de cosas que uno es capaz de procesar en un nanosegundo. ¡Es acojonante!
–¡Hola, Pepe! Dichosos los ojos –puso la mano en mi hombro como con sorpresa (supongo que esta vez no pudo disimular) y casi de inmediato me miró de arriba a abajo–. ¿Vas al Pryca?
–No, qué va. Iba a tirar la basura. Lo que pasa es que tengo el smoking en el tinte.
Ignoró el sarcasmo y siguió a lo suyo.
–¿Conoces a Juan? Es mi nuevo novio –hizo un arrumaco al tal Juan y se colgó de su brazo–. Y tú, ¿sigues con...? ¿Cómo se llamaba esa chica…? ¿Sigues con la gordita aquella?
Tal vez son cosas mías, pero en aquel momento me dieron ganas de mandarla a la mierda. El caso es que, no fuera que el maromo aquel dejara de posar y decidiera hacer un movimiento agresivo, pensé que lo mejor era dejarlo correr. No me gusta abusar de los desconocidos.
–¿Has dejado el gimnasio, no? –continuó la “hijaputa”– Hace tiempo que no te veo por allí –pareció aflojar un poco–. La verdad es que no me extraña –pero era una falsa alarma–. Han subido la cuota y con tu trabajo, pues... –había cogido presa y no la soltaba– Sigues en aquello, ¿no?
–¿Te refieres a la oficina?
–Sí, eso. ¿Sabes, Juan? –dijo dirigiéndose al fulano– Aquí Pepe trabaja en una de esas oficinas del centro –el tío dejó de mirarle el culo a una rubia e hizo como que se interesaba–. El pobre se pasa el día en esas cuatro paredes y así está –me señaló con el dedo y torció la boca–, todo blanquito como el mismísimo Drácula.
–Sí, bueno... Me tengo que marchar... Ya sabes, el camión y todo eso.
–¡Es verdad, qué tarde es! Precisamente nosotros nos íbamos al bingo –rió como una idiota–. ¡A tirar la casa por la ventana! ¿Ya no vas al bingo?
–No, yo...
–Sí, hijo, sí. Lo mejor que haces. No está el horno para muchas cosas –volvió a reír, la hiena–. Oye, pues me alegro de volver a verte –mintió a la vez que me daba dos besos falsísimos– ¿Tienes mi “imail”? Yo ya no sé qué haría sin el “internés” ese. ¿No te parece increíble?
–Sí, de fábula –el tío parecía de cera–. Bueno, tú sabes que la informática y yo...
–¡Ya, qué me vas a contar! Fueron muchos años aguantándote… Pero, hazme caso hombre, debes modernizarte. ¿No nos ves a nosotros? Pues eso... –miró el reloj como si tuviera una rata enroscada en la muñeca y dio uno de sus grititos, siempre fue así de exagerada– ¡Oye, que adiós, guapísimo! Otro día nos vemos, ¿vale, cielo?
–Sí, sí. Estoy impaciente.
–Y dale saludos a... bueno, a la gordita.
–Sí, “de tus partes”, bonita.
Esperé a que terminaran de alejarse y me quedé un rato allí de pie, en la esquina, con mi chándal del Pryca y mi bolsa de basura. Fui al contenedor y abrí de golpe la tapa. El cacharro ya estaba medio cojo y yo lo acabé de rematar. El caso es que se desparramó toda la mierda por la acera y, al intentar ponerlo derecho, rompí mi propia bolsa. Entonces estallé:
–¿Sabes lo que te digo? ¡Que te den por culo a ti, al Juan y al maricón del barrendero!
–¡Hola, Pepe! Dichosos los ojos –puso la mano en mi hombro como con sorpresa (supongo que esta vez no pudo disimular) y casi de inmediato me miró de arriba a abajo–. ¿Vas al Pryca?
–No, qué va. Iba a tirar la basura. Lo que pasa es que tengo el smoking en el tinte.
Ignoró el sarcasmo y siguió a lo suyo.
–¿Conoces a Juan? Es mi nuevo novio –hizo un arrumaco al tal Juan y se colgó de su brazo–. Y tú, ¿sigues con...? ¿Cómo se llamaba esa chica…? ¿Sigues con la gordita aquella?
Tal vez son cosas mías, pero en aquel momento me dieron ganas de mandarla a la mierda. El caso es que, no fuera que el maromo aquel dejara de posar y decidiera hacer un movimiento agresivo, pensé que lo mejor era dejarlo correr. No me gusta abusar de los desconocidos.
–¿Has dejado el gimnasio, no? –continuó la “hijaputa”– Hace tiempo que no te veo por allí –pareció aflojar un poco–. La verdad es que no me extraña –pero era una falsa alarma–. Han subido la cuota y con tu trabajo, pues... –había cogido presa y no la soltaba– Sigues en aquello, ¿no?
–¿Te refieres a la oficina?
–Sí, eso. ¿Sabes, Juan? –dijo dirigiéndose al fulano– Aquí Pepe trabaja en una de esas oficinas del centro –el tío dejó de mirarle el culo a una rubia e hizo como que se interesaba–. El pobre se pasa el día en esas cuatro paredes y así está –me señaló con el dedo y torció la boca–, todo blanquito como el mismísimo Drácula.
–Sí, bueno... Me tengo que marchar... Ya sabes, el camión y todo eso.
–¡Es verdad, qué tarde es! Precisamente nosotros nos íbamos al bingo –rió como una idiota–. ¡A tirar la casa por la ventana! ¿Ya no vas al bingo?
–No, yo...
–Sí, hijo, sí. Lo mejor que haces. No está el horno para muchas cosas –volvió a reír, la hiena–. Oye, pues me alegro de volver a verte –mintió a la vez que me daba dos besos falsísimos– ¿Tienes mi “imail”? Yo ya no sé qué haría sin el “internés” ese. ¿No te parece increíble?
–Sí, de fábula –el tío parecía de cera–. Bueno, tú sabes que la informática y yo...
–¡Ya, qué me vas a contar! Fueron muchos años aguantándote… Pero, hazme caso hombre, debes modernizarte. ¿No nos ves a nosotros? Pues eso... –miró el reloj como si tuviera una rata enroscada en la muñeca y dio uno de sus grititos, siempre fue así de exagerada– ¡Oye, que adiós, guapísimo! Otro día nos vemos, ¿vale, cielo?
–Sí, sí. Estoy impaciente.
–Y dale saludos a... bueno, a la gordita.
–Sí, “de tus partes”, bonita.
Esperé a que terminaran de alejarse y me quedé un rato allí de pie, en la esquina, con mi chándal del Pryca y mi bolsa de basura. Fui al contenedor y abrí de golpe la tapa. El cacharro ya estaba medio cojo y yo lo acabé de rematar. El caso es que se desparramó toda la mierda por la acera y, al intentar ponerlo derecho, rompí mi propia bolsa. Entonces estallé:
–¿Sabes lo que te digo? ¡Que te den por culo a ti, al Juan y al maricón del barrendero!
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